La historia que voy a contar ahora tiene gracia viéndolo con la distancia que me da el tiempo, pero en ese momento créeme que fue una cagada.
Para ponerte en contexto. Viaje a Egipto, algo soñado desde que era pequeño. Organizado y pasando por todos los monumentos que habia visto en documentas durante tantos años. Era pleno agosto, así que el calor era terrorífico, como te puedes imaginar. Entre las excursiones programadas estaba una visita a Abu Simbel para ver los templos de Nefertari y de Ramsés II, algo que realmente merece la pena porque son espectaculares.
Una de las primeras recomendaciones que te suelen hacer cuando viajas a un país de este estilo es que el agua que bebas sea embotellada y que trates de evitar comer cosas que puedan estar lavadas con agua del grifo y no sean cocinadas, como fruta, ensaladas… Pues bien, yo suelo seguir al pie de la letra este tipo de recomendaciones y esta vez no fue menos, pero no sé en qué momento del viaje algo se coló dentro de mi estómago que me hizo pasar una tarde entera en la habitación del barco donde nos alojamos. Solo me movía para ir de la cama al baño. Esto era un gran problema, ya no solo porque estaba perdiendo parte de mis vacaciones en el baño, sino también porque al día siguiente tenía que estar metido 3 horas en un autobús para llegar a Abu Simbel.
Tomé todo tipo de medicamentos, tanto los que yo llevaba como los locales que el guía me había ofrecido. La cuestión era «cerrar el grifo» antes de coger el autobús.
La mañana siguiente el madrugón para coger el autobús fue de los que marcan época. Me encontraba mejor, aunque el estómago no dejaba de amenazarme a base de rugidos y pequeños dolores. Es en este momento en el que Einstein entra en juego en esta historia. Comienzas a entender la relatividad del tiempo cuando te dicen que el autobús va por una carretera en línea recta en la que, literalmente, solo ves desierto. Su única parada es hacia la mitad, donde, como por arte de magia, te encuentras un pequeño bar con unos numerosos baños.
Creo que fueron las 3 horas que más largas y sufridas se me han hecho durante unas vacaciones.
Tengo que reconocer que no tuve necesidad de ir al baño del autobús durante el trayecto, algo que os aseguro que el resto de turistas agradecieron de manera inconsciente.
Fue mucho peor la vuelta. Y no por mí, que milagrosamente estaba mucho mejor, sino porque la mitad del autobús se pasó todo el trayecto visitando el baño. El olor era… bueno, te dije que iba a ser una historia de mierda.
3 horas con diarrea metido en un autobús son eternas si las comparamos con 3 horas haciendo eso que más nos gusta. Trata de que tus 3 horas se pasen disfrutando de tu pasión, así que me voy a poner las zapatillas y voy a trotar un poco por el monte.
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