Toda la vida nos han dicho que las vacas rumian y es cierto, son animales rumiantes. Pero no son los únicos animales con la capacidad de rumiar, también nosotros lo hacemos, aunque no de la misma manera.
Seguro que en más de una ocasión has tenido momentos en los que no podías dejar de pensar en algo porque te preocupaba. A mí también me ha pasado y en más de una ocasión.
Recuerdo, por ejemplo, los días previos a cuando me presentaba al examen de oposición. Solía pensar en bucle en todo lo malo que me podía pasar esa mañana: que no sonase el despertador (solía poner varios dispositivos para asegurarme de que no hubiese fallo), que se estropease el coche, que me pusiese enfermo justo la noche de antes… Después de tantos meses de preparación nada podía interponerse, pero la cabeza siempre tiende a pensar en los aspectos más negativos. Realmente es un mecanismo defensivo, pero que en este caso no ayuda (en otra historia hablaré de esto).
Lo mismo me ocurre cada vez que preparo con muncha antelación una carrera que considero muy importante.
Otra de las ocasiones que recuerdo que los pensamientos negativos me ocupaban gran parte de mi pensamiento y que duró varios días fue cuando mi cabeza estaba convencida de que tenía apendicitis. Todo comenzó cuando alguien de mi entorno cercano había sido operado de apendicitis. Desde ese día, mi cabeza empezó a darle vueltas de que yo comenzaba a tener los mismos síntomas que había escuchado durante esos días. Tal fue rumia que tuve con eso que llegué a sentir dolor en la zona del apéndice.
Son muchas las ocasiones en las que nuestra cabeza puede entrar en bucle con este tipo de pensamientos negativos: relaciones amorosas, consumo de sustancias, enfermedades y dolores, trastornos alimenticios, problemas en el trabajo…
Pero ¿a qué se debe esto?
La rumia mental es un proceso en el que se produce una cadena de pensamientos excesivos, negativos y repetitivos sobre preocupaciones actuales, problemas, experiencias pasadas o preocupaciones sobre el futuro. Es algo que se realiza de forma pasiva, es decir, sin que queramos pensar en ello y se suele experimentar como incontrolable. Lo habitual es que no pase nada y se acabe cuando se dé solución al problema que nos ronda la cabeza.
Sin embargo, este ciclo de pensamiento puede convertirse en una trampa mental, donde la persona se queda atrapada reviviendo el problema o la preocupación sin avanzar.
Existen dos tipos principales de rumiación:
- Rumiación depresiva: En este caso, la persona se centra en aspectos negativos de su vida o de sí misma, lo que puede perpetuar o intensificar los síntomas de depresión. Por ejemplo, alguien puede pensar repetidamente en un fracaso pasado o en sentimientos de inutilidad, lo que alimenta un estado emocional bajo.
- Rumiación ansiosa: Implica la preocupación constante por situaciones futuras o problemas hipotéticos, lo que puede generar o exacerbar la ansiedad. En lugar de tomar acciones para enfrentar la situación, la persona queda atrapada en pensamientos de «¿y si…?».
La rumiación es perjudicial porque:
- Impide la resolución de problemas: En lugar de buscar soluciones, la persona se queda atrapada en un ciclo de pensamiento negativo.
- Aumenta el malestar emocional: Pensar continuamente en algo negativo refuerza emociones como la tristeza, la ansiedad o la frustración.
- Genera fatiga mental: La mente se agota al dar vueltas al mismo pensamiento una y otra vez sin llegar a una conclusión.
Una de las claves para abordar la rumiación en terapia es aprender a desviar la atención de estos pensamientos repetitivos, reemplazándolos con pensamientos más productivos o técnicas como la atención plena (mindfulness), que ayuda a anclar la mente en el presente.
Pd. Si te ha gustado esta historia no te pierdas lo que es el efecto Pigmalion.