En este episodio de vida podría contaros decenas de veces en las que me he imaginado como saldría algo y finalmente no salió como esperaba, pero hoy quiero contar mi primera experiencia como docente en una escuela y las expectativas con las que llegaba.
Tras pasar por primera vez el temido proceso de oposición para acceder y después de esperar varios meses de nervios por conocer mi primer destino llegó la esperada llamada. La Consejería de Educación de Castilla y León llamó a mi teléfono ofreciéndome la posibilidad de coger una sustitución en… ¡Sabero! Exacto, esa misma cara se me quedó a mí. No tenía ni idea de donde estaba eso, pero eso no importaba, la ilusión por comenzar era mayor que cualquier otra cosa.
Desde ese momento las expectativas sobre cómo sería el centro, mis compañeros, mi clase… no hicieron más que crecer y crecer.
En ese caso tenía grandes expectativas. Las ganas por comenzar a poner en práctica todo lo que había aprendido y creer que sería un gran maestro (el tiempo me demostró que tenía mucho que aprender); el haber tenido unos buenos maestros y hacerme pensar que todos serían así… En definitiva, las expectativas por comenzar en el mundo laboral docente estaban por las nubes.
El primer día fue genial. Entre la firma del contrato y el viaje no tuve mucho tiempo a estar en el centro, pero quise pasar a presentarme antes de comenzar oficialmente. Conocí a la mayoría de mis compañeros y parecían todos muy majos y con una gran predisposición a ayudar. Además, tenía un aula pequeña y con unos alumnos que siempre recordaré. ¡Cómo olvidar el primer día de trabajo en un colegio!
El colegio era un centro rural compuesto por dos escuelas. La primera y principal era la que mayor número de alumnos tenía y donde se encontraba la mayoría del claustro de profesorado. La segunda escuela estaba a pocos kilómetros y solo tenía dos docentes y, adivinad quien iba a ser uno de ellos, exacto, yo.
Mi segundo día de trabajo fue por completo en esta segunda escuela. Todo comenzó genial hasta que, en la hora del recreo, la directora vino a traerme unos papeles y preguntarme qué tal estaba siendo mi toma de contacto en el centro. La cara de mi compañera de escuela había cambiado por completo y no se notaba cierta tensión entre ellas, aunque no le di mayor importancia.
En el momento en el que la directora se despidió y se fue, mi compañera de escuela comenzó a preguntarme, de malas formas, qué eran esos papeles que me había dado… casi sin tiempo a responder, comenzó a elevar su tono y a insultar a la directora de una manera desmesurada. Mi cara cambió por completo y mi cabeza comenzó a preguntarse qué hacía ahí. Poco más tarde, al contar lo que había pasado a un compañero, comencé a conocer más historias sobre mi compañera. La que más me marcó era que entre el alumnado era conocida como “Hulk”. Había roto una puerta del baño en un momento de ”transformación” jajaja ¿Dónde me había metido? Si todos los centros iban a ser así, yo no estaba dispuesto a seguir en este trabajo.
Por suerte, eso no suele ser la tónica habitual y mi gremio está lleno de gente increíble.
La cuestión es que yo había llegado con unas expectativas muy altas a mi primer trabajo como docente y, claramente no se cumplieron, pero, ¿por qué nuestro cerebro “juega” a anticipar del futuro de esta manera? Son varios los motivos que a continuación trato de explicar.

¿Qué son las expectativas?
Desde el punto de vista psicológico, las expectativas simplemente son creencias sobre cómo deberíamos actuar o sobre lo que debería de suceder en ciertas situaciones basándonos tanto en aspectos objetivos y subjetivos. Las expectativas nos preparan para la acción, es decir, si anticipamos lo que puede pasar, es más fácil que nuestro cerebro tenga una serie de respuestas.
Existen diferentes tipos de expectativas:
- Predictivas: cuando queremos anticipar una experiencia que tendremos en un futuro. Son las más recurrentes, pues cada vez que nos ponemos una meta, suelen ir asociadas una serie de expectativas. Un ejemplo podría ser lo que esperamos de nosotros mismos ante un examen.
- Normativas: tienen su base en las normas sociales y personales que hemos ido adquiriendo con nuestra experiencia. Por ejemplo, cuando vamos a un bar, tenemos expectativa de que el camarero nos atienda con amabilidad. En el caso de la historia antes contaba, eran estas las expectativas que yo tenía por mi experiencia con los profesores que había tenido.
- Merecimiento: se generan en función de nuestras capacidades o experiencias pasadas. Es lo que creemos que merecemos. Por ejemplo, podemos tener la expectativa de que nos ofrezcan un aumento de sueldo por el esfuerzo y el trabajo que estoy desarrollando dentro de una empresa.
Es importante saber manejar nuestras expectativas para no generar falsas creencias personales que nos lleven a desilusiones. Algunas de las cosas que podemos realizar a nivel personal para trabajar el manejo de las expectativas son:
- Evitar las expectativas, dentro lo posible. Nadie sabe lo que puede pasar en un futuro aunque tenga experiencias del pasado similares. Céntrate en el ahora.
- Genera expectativas realistas. En muchas ocasiones dejamos volar demasiado la imaginación creando unas expectativas demasiado irreales.
- Comunica a otra persona qué expectativas tienes sobre la meta que te has establecido. De esta forma, esa persona podrá darte su opinión para ver si son realistas o no.
- Ten preparado un “plan b” para los casos en los que no se cumplan las expectativas.
P.d. Si te ha gustado este post, no puedes dejar de leer porqué el cerebro nos engaña.